jueves, 6 de mayo de 2010

Viéndolo con mis ojos…
Melissa Díaz Iglesias

Hace poco menos de un mes, una muy buena amiga mía me dio una noticia que la tenía muy feliz: “me voy a poner tetas”, me dijo emocionada. Yo más que feliz por ella, me encontraba bastante extrañada, la verdad es que siempre me ha parecido que si yo tuviera el busto como ella, no viviera preocupada por la escasez que sí es obvia en esta área de mi cuerpo. Después de pedirle explicaciones al respecto, opte por tragarme mis celos y felicitarla tan emocionada como lo estaba ella por la noticia.

Desde ese momento, empezamos a contar los días que faltaban para el gran acontecimiento. “Me voy a ver divina”, me decía Carolina cada vez que tocábamos el tema. Pero la verdad es que por más que habláramos y nos imagináramos como se vería una vez operada, hasta ahora no entiendo la razón por la cual ella no pensara que estaba bien como estaba. Sus pechos, a mi parecer eran de un tamaño aceptable: no eran grandes, pero por lo menos no parecía una tabla, ni necesitaba gran esfuerzo y brasieres con relleno para que se le vieran bien con un escote. Pero bueno, la belleza depende del ojo del que la mira, eso era lo que me repetía mi abuela cada vez que me escuchaba quejarme por no tener pechos más grandes.

A pesar de mi asombro al escuchar la noticia que me dio mi amiga, en realidad no me extraña su decisión: el 90% de las jóvenes entre los 15 y 17 años desean cambiar por lo menos un aspecto de su apariencia física. Y viviendo en una sociedad en donde somos constantemente bombardeados por avisos publicitarios y campañas mediáticas, que no hacen más que mostrarnos la imagen de lo que se supone es la mujer perfecta: esbeltas, cabellera larga, figuras contorneadas y sonrisa deslumbrante; no es raro que Carolina, yo y muchas otras jóvenes barranquilleras, hagamos parte de ese 90%.

No sé porqué, pero desde que me enteré de la operación de Carolina, es como si todos a mí alrededor hicieran lo mismo que ella. Y de hecho no estoy muy lejos de la realidad. A las dos semanas de la cirugía, fui con ella a uno de los post-operatorios y mientras esperábamos turno en una grande e impecablemente blanca sala de espera, veía como un desfile de niñitas se paseaban por el lugar con vendas en la nariz, caminando encorvadas para no estirar el pecho y sentándose en lo que parecían flotadores para no maltratarse su operación.

En frente mío una joven como de unos 20 años, hablaba y hablaba de las cirugías que a su corta edad ya se había practicado. Tenía el pelo castaño, las piernas cruzadas dejaban ver sus largas piernas, la nariz respingada parecía cortada con las tijeras que mi abuela usa cuando borda sus cuadros de punto en cruz.

-La primera vez que me operé la nariz, estaba que me moría del miedo. Ya después uno se acostumbra. Mira como me quedaron las tetas, ¡divinas! Es que la belleza tiene precio.

¿La primera vez que me operé?, pensé. ¿Cuántas veces se ha operado?, con razón tiene la nariz tan perfecta, con dos operaciones el colmo si no.
La mamá, se retorcía de la risa con una mueca que creo yo era causada por los litros de botox que debía tener encima. El busto le salía casi disparado de un escote tan largo que me ponía nerviosa, uno nunca sabe que de tantas risas la blusa no pudiera controlar sus enormes protuberancias. La nariz, los labios, los pómulos, las cejas, todo en su cara la hacía parecer un maniquí defectuoso. ¿Cuántas veces se habrá operado ella?, pensé. No me cabe en la cabeza como puede sentirse hermosa esa mujer. Gracias a Dios Carolina pasó al segundo piso del consultorio y pude dejar de ver semejante espectáculo.

A pesar de haberme ido del lugar, no podía dejar de pensar en la niña nariz perfecta y su mamá el maniquí defectuoso. Yo nunca he estado en contra de las cirugías plásticas, por el contrario me parece una solución válida para mejorar una parte de ti que no te agrada. Pero la imagen de esta madre y su mueca escalofriante no salían de mi memoria. Me parece increíble, que como ella, hay tantas mujeres que obsesionadas con arreglar cada centímetro de su cuerpo, que pierden por completo la noción de belleza. ¿Cómo esa mujer puede verse al espejo y no sentirse una persona diferente a la que era antes de tantas operaciones?, no creo que desde siempre haya tenido los pómulos tan abultados, y las cejas tan arqueadas, y la cara tan templada. ¿En qué momento habrá cruzado esa línea en donde dejo de ser la mujer que era antes? Una mujer que supongo se veía natural, no un mal remedo de muñeca Barbie, no por lo linda, sino por lo plástica.

Pero bueno, al fin y al cabo estoy viendo la belleza desde mis ojos. Tal vez esa mujer sí se considere hermosa después de tantas intervenciones. No soy nadie para juzgarla a ella, ni a Carolina por hacerse una cirugía que según yo no necesitaba. La belleza es algo subjetivo y lo que para mí es el ideal de belleza, tal vez no lo sea para la niña nariz perfecta, o para su madre, o para Carolina. Creo que después de todo, más allá que ser bello o no serlo, todo depende de cómo te sientas tú con lo que tienes, después de todo habrá mil personas más viéndolo con otros ojos.

1 comentario:

  1. Este texto es entretenido y tiene marcado el punto de vista propio frente a la situación. Tienes algunos errorcillos (como el uso del porque) y ese manejo en segunda persona que molesta. Pero te quedó bastante bien. Tienes 4,4

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