Cerca de las 7:00 de la noche del domingo, cuando para la mayoría de los barranquilleros es el momento de quedarse en sus casas descansando de una larga semana, para un grupo de aficionados la noche apenas comienza.
Acababa de llegar al barrio residencial Villa Campestre a las 5:30 de la tarde. A medida que me voy acercando cada vez más al lugar de encuentro, veo motos Harley Davidson de todo tipo y color, cerca de 15 motocicletas se encontraban parqueadas en el sitio. La camaradería y buen ánimo se respiran en el ambiente. Los motociclistas con cerveza en mano, a pesar de parecer rudos se muestran realmente amigables, sus chalecos de cuero y el símbolo de Harley Davidson por todas partes, se reían haciendo bromas y hablando de política, motores y demás accesorios para las motos. Los motores ensordecen los oídos y contagian esa emoción y adrenalina que solo se entiende cuando se está rodeado de esta atmosfera.
Darío López, profesor de relaciones internacionales y Harleysta de corazón, se apresuró a recibirme y presentarme al resto del grupo de los Cannibal Bikers, el cual lleva 7 años formado viviendo una misma pasión, según ellos tener una Harley Davidson no es solo tener un vehículo más y es por este motivo que aunque respetan el gusto por otros tipo de motos, en su grupo solo son aceptadas las Harley.
- Esto es un estilo de vida, una forma de vivir y de expresarse. Somos como una segunda familia. Nos reunimos de vez en cuando y nos vamos por ahí a rodar. Esto es lo que nos apasiona –Comenta Darío con los ojos iluminados.

Darío comparte con los Cannibal Bikers, desde hace varios años. Ellos son un grupo de amigos que desde hace mucho tiempo los unió el amor por las motocicletas de alto cilindraje. Hace un par de años se reunían en la estación de gasolina de la calle 84 y salían todos los jueves a las 6 de la tarde a rodar por la ciudad y en algunas ocasiones se iban hasta Puerto Colombia o Cartagena. Pero tras un par de incidentes con otros grupos de motociclistas y quejas por parte de algunos usuarios y trabajadores de la estación de gasolina, la policía de la ciudad resolvió que no era del todo seguro que se reunieran en ese lugar y prohibió dichos encuentros.
-Esas épocas eran buenas. –Dice tras una sonrisa algo nostálgica- habían jueves que nos daban ganas de irnos a Hard Rock y nos íbamos de una hasta Cartagena. Además que era bacano cuando nos reuníamos en la estación de gasolina y la gente llegaba a vernos, no solo estábamos nosotros, sino los grupos de super bikes, las cuatrimotos... Ahora aunque tratamos de reunirnos con frecuencia los domingos, muchas veces no podemos por asuntos familiares o de trabajo, se nos ha hecho más difícil.
A pesar de eso, ni Darío ni sus compañeros, dejan atrás lo que dicen es su más grande pasión. Las motocicletas para ellos representan su vida, su libertad, basta con oírlos hablar sobre ellas para entender de inmediato lo que estos aparatos significan para sus vidas.
En el caso de Darío su amor por ellas empezó desde muy temprana edad. Cuando tenía 7 años, su papá quien también es apasionado de las motocicletas, le regalo su primera moto.
-Esa la estoy restaurando para dejarla original tal cual me la regalo mi padre, para cuando nazca mi hijo poder darle su primera moto.
Su esposa Sandra se ríe al escucharlo decir esto, y él la mira compartiendo una mirada cómplice.
Darío y Sandra, no solo comparten el amor que los dos sienten por el otro desde hace ya casi 5 años, sino que los dos concuerdan en que hasta que nazca su hijo, su única bebé será la Harley Davidson Dyna Street de Darío.
Sandra acompaña a Darío a todos los eventos y los dos son igual de devotos a estos vehículos.
-Cuando nos casamos yo llegué en la Harley –me cuenta graciosamente y con una sonrisa en el rostro- nos fuimos en caravana a la iglesia, todos en Harley y las dejamos parqueadas afuera. Luego después de la ceremonia, Sandra y yo nos fuimos a la fiesta en la moto. Es que como te dije, esto ya hace parte de nuestras vidas.

Continúo conversando con Darío mientras nos tomamos una cerveza. Me llama la atención su camiseta con el logo de Harley Davidson, gafas oscuras para protegerse de los últimos rayos del sol que empezó a esconderse y una pañoleta negra igualmente marcada, las mismas palabras se repiten en la hebilla de su cinturón y así mismo en los accesorios que usa su esposa.
Cada vez más me doy cuenta de lo errada que estaba en el concepto que tenía de los Harleystas, en lo único que acerté era en ese atuendo que llega a ser místico y que hace que te den ganas de ser uno de ellos. Siempre pensé que eran pandilleros, vagos y patanes; eso es lo que nos vende la televisión y las películas. Darío por el contrario es un profesional trabajador y amable, felizmente casado, con una maestría en negocios internacionales y profesor de una universidad de prestigio, amigable y familiar, que de vago y pandillero no tiene nada.
-Ese es el concepto que todo el mundo tiene de los Harleystas. –Me dice mientras toma un sorbo de cerveza y continua con la sonrisa que ha tenido durante casi toda la conversación- la única diferencia entre un niño y un adulto son el precio de los juguetes. Estos son nuestros jugueticos, y nos toca trabajar duro pa mantenerlos. Aquí todos somos profesionales: médicos, arquitectos, profesores, hay de todo.
Resulta simpático pensar que esa persona que vi en la universidad la primera vez que lo conocí, con libros en la mano, dictando clase con su vestimenta seria que solo contradecía un poco cuando hablaba con ese desparpajo y soltura que lo caracteriza; fuera la misma persona que ahora, con cerveza en mano, pañoleta en la cabeza, y fumando un tabaco me hablara con tanta pasión sobre las motos. Es que no es el plan en el que te imaginas a un profesor de universidad. Darío se quita las gafas y me dice:-Yo creo que cuando me muera voy a querer que me entierren con mi Harley.
Sandra lo interrumpe para regañarlo por hablar sobre esas cosas y el vuelve a sonreír tomando otro sorbo de cerveza mientras que me pica el ojo a manera de compinchería.
En ese momento uno de los miembros da la señal para avisar que es el momento de empezar a rodar. Cada uno de los presentes, se monta en su vehículo y empiezan a calentar los motores. El sonido es abrumador, pero funciona como un detonante interno de adrenalina que recorre todo el cuerpo con el retumbar de las motos. Las acompañantes de los motociclistas también se alistan para el recorrido, se ponen sus chaquetas y sus cascos y esperan que las motocicletas estén listas para salir al ruedo.
Darío se coloca unos guantes de cuero para evitar maltratarse las manos con el manubrio de la moto, se ajusta la pañoleta y mientras calienta el motor se termina de fumar su tabaco.
-ahora viene la mejor parte –me dice con una sonrisa pícara- no hay nada como sentir la brisa pegándote de frente cuando vas en la moto, ya vas a ver.
Me comenta que normalmente van hasta la ciudad, pasan por la vía cuarenta, llegan a un bar a tomarse una cerveza, luego dan un par de vueltas por las principales calles y terminan el corrido. Pero en esta ocasión darán también una vuelta por Puerto Colombia y allí decidirán si les da tiempo de ir a Cartagena y regresarse antes de media noche.
Me ofrece montarme con él y hacer el recorrido con el grupo. Pero le confieso que me da un poco de miedo la velocidad y que nunca me he montado en una moto. Él insiste y junto con Sandra me convencen en hacer el recorrido y me aseguran que no van tan rápido como yo me imagino, pero les aclaro que no puedo ir a Puerto Colombia y menos a Cartagena, así que les digo que una vez lleguemos a la ciudad me dejarán en mi casa. Ellos aceptan el trato, sonrientes.
Sandra se monta en otra moto con uno de los Caribbean Bikers que iba solo, y yo me monto con Darío. Una vez más le manifiesto mi temor y él tranquiliza:
-Relajada que yo manejo moto desde antes que tú nacieras –se ríe y continua- esta es mi vida, yo corro para vivir y vivo para correr, te lo aseguro.
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